Mátame de azahar
volvámonos una peste de flores
hagámonos crestas inolvidables sobre los barrotes
que donde sea nos llegue la eternidad
estemos siempre unidos
desata de tus pechos las corolas
ahógame en tu texto tenue de luz
que ya he caminado demasiado
que de la inmensidad oigo el ruido
de tantos héroes cobardes hechos dioses
en medio del vaivén de esta enloquecida ciudad en ruinas
no necesito más mentiras
sino el puerto de tus ojos
que las venas de tu carne me abracen
que tus manos sean el fin de este vacío
Suave muchacha, soy Ulises,
el que sólo escribirá tu nombre en una pequeña barca
que invadirá orgullosa la ondulada línea de los mares
si hay un dios que nos guarde
no devores mi espíritu
no mastiques mis anhelos en tu afán de quedarte sola
amarrado del pelo frente a la ensenada
perdida la mirada en el yerro de lo acaecido
si de mí tuviste mis manos limpias
mis desvelos trémulos
mis labios temblorosos
todo el ánimo de mi alma
no nos destruyas
que para eso existe el tiempo
la antigüedad de los libros
todo el salitre acumulado en los galeotes
una bandada de pelícanos sin rumbo fijo
el enojo del destino que lucha por destruir la voluntad de los vivos.
Amada, guárdate fiel para mi partida
para mi retorno que sigue siendo el sino de los niños
te prometo que ambos seguiremos unidos
aunque todo el universo y este mar insistan en perpetuar mi viaje
y yo sólo guarde en mi pecho tu voz
templo perfecto para no ahogarme en el olvido
volveré amada prometida,
volveré.
Lauri Cristina García Dueñas
Del mar es el ahogo
Premio Interamericano de Poesía Navachiste 20
14/9/09
LOS AMOROSOS (Jaime Sabines)
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre "¡qué bueno!" han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida
Y se van llorando, llorando
la hermosa vida.
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